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Listado de la etiqueta: Gobierno

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BANDERAS A MEDIA ASTA

22 enero, 2015/0 Comentarios/en blog /por Rubén Sánchez Fernández
Anselmo termina de masticar el último trozo de su bocadillo y me mira por encima del hombro, atento al calendario colgado en la pared de atrás.— ¿Cuánto falta para que publiques la novela, chaval?

En primavera, le digo. Exactamente la misma respuesta que vengo dándole cada vez que nos vemos. Y es que desde que se jubiló ya no son tan frecuentes las ocasiones en las que podemos compartir uno de nuestros almuerzos. Cuando colgó el uniforme, durante una temporada Anselmo ya no parecía el mismo. Pero el tiempo, el campo y su nieta lo curan todo. Apura su carajillo de coñac y su sonrisa se extingue cuando repara en la noticia que están dando en la televisión.

— Vamos, no me jodas… —murmura.

Me giro cuando la presentadora acaba de terminar de hablar, justo a tiempo de ver el rótulo que acompaña a la imagen del último policía asesinado. El Gobierno se plantea que las banderas ondeen a media asta cuando un agente muera en acto de servicio, leo. Cuando vuelvo a encararme con Anselmo me topo con sus ojos, grises como su pelo.

— ¿Te das cuenta? —me dice—. Hasta para imitar somos lentos. A estas alturas de la película, con décadas de policías a los que han dado matarile, ahora me vienen con esas. A ver si me entiendes, es algo que en otros países lleva haciéndose siglos y es de agradecer. Pero es solo eso: un gesto. Es como si la Dirección General de Tráfico pretendiera regalar ataúdes de la mejor madera a las víctimas de accidentes de tráfico en vez de apretar antes donde más nos duele: buenas carreteras, señalización adecuada y unas leyes claras y contundentes para el que se pase de listo. Todo lo demás son pollas.

Sonrío al escuchar la expresión. Le puede su alma granaína, y más ahora que ya aceptó que morirá lejos de su tierra. Pero en el fondo Anselmo tiene razón. Como el que pilota puede estrellarse y el que navega hundirse, está claro que el que se mete a policía asume el riesgo inherente a su profesión, que es que le hagan pupa de vez en cuando y hasta algunas veces la diñe. Pero es solo eso, un riesgo; no una prebenda para que cualquier cantamañanas sin distinción de raza, sexo, religión o afiliación sindical crea que puede darle el finiquito a un poli, darse un garbeo por el talego y que ciertos sectores políticos, mediáticos y sociales le rían, encima, la gracia. Eso es lo intolerable. Y esa es la causa por la que cada vez más aquellos que desprecian la labor de esos tipos que se dejan el pellejo a cambio de un sueldo ínfimo exhiben su chulería o sus ansias homicidas con total impunidad.

— No sé si lo viste el otro día —continúa—. Estaba cenando, y en la tele había una tertulia política. Tenías que haber oído a uno de los participantes. De su boca solo salían palabras como “lucha”, “guerra”, “guillotina”, o la que hizo que las habichuelas se me fueran por otro lado: “el miedo ha cambiado de bando”. Tócate los cojones. ¿De qué miedo hablan? Supongo que del que han inventado esos que gritan indignados cuando no pueden reventar una sesión parlamentaria o que acuden a abrazar teatral y patéticamente a sus cachorros cuando salen del juzgado tras haber destruido la noche anterior el mobiliario urbano que tú y yo pagamos con nuestros impuestos. Los mismos que llaman mordaza a cualquier cosa que suene a una norma para que todos podamos vivir en paz y ése —señala a Pepe, el dueño del bar, con el mentón— no tenga que andar rezando para que en la próxima manifa los de siempre no vuelvan a destrozarle el negocio.

Si algo bueno tiene la tercera edad es que se lleva consigo muchas cosas, entre ellas el miedo a decir lo que se piensa. Así que medito sobre las palabras de Anselmo, en las que no hay rabia; más bien tristeza. Y es que una institución tan antigua y experimentada como la policial no puede permitirse que el espectáculo cotidiano de bobos incendiarios con el belfo suelto le adelante por la derecha. No siempre no entrar al trapo de embustes miserables es la mejor opción, sobre todo porque con ellos, quienes los usan han logrado que germine un tipo de ciudadano que se debate entre dos ideas igualmente extremas y peligrosas: o los maderos son fieras temibles a las que hay que combatir o son simples cobardes susceptibles de ser derrotados mediante escupitajo, golpe, patada o empujón a la vía, tanto da. De manera que ahora nos escandalizamos por esos policías asesinados en acto de servicio, pero ¿cuántas veces hemos contemplado en los informativos a todo un barrio aplaudiendo a quienes se resistían a ser detenidos tras haber apaleado a los agentes? ¿Cuántas hemos digerido sin que se nos altere el pulso la noticia de que tal o cual delincuente vuelve a la calle pese a los innumerables delitos violentos y detenciones con los que adorna su currículum?

Anselmo sabe mejor que nadie lo que un disparo es al uniforme, a la piel, a la familia, a la vida. Todo lo rompe. Sonido breve y desgarrador que a veces se diluye enterrado bajo los gritos de quienes jalean o como mínimo hacen guiños cómplices — lo mismo particulares que ciertos políticos o periodistas, de todo hay— a los que perpetran esos ataques, sin reparar en que un día ellos mismos podrían ser las víctimas de los intolerantes que dicen hablar en nombre del pueblo. En esto pienso cuando noto su mano nervuda y enrojecida posarse sobre mi brazo.

— A media asta, chaval, a media asta… — repite lacónicamente—. Están consiguiendo que la misma bandera que ya antes de ingresar en la academia a muchos nos producía orgullo, ahora, cada vez que la vemos sobre la madera del ataúd, solo nos provoque escalofríos.

CON INDEPENDENCIA DE MIS MANÍAS

22 julio, 2013/0 Comentarios/en blog /por Rubén Sánchez Fernández

Puede que yo sea un maniático pero con ciertas cosas pasa como cuando intentas escribir y de pronto te das cuenta de que hay algo fuera de lugar en el despacho. Un lapicero movido, un libro rompiendo la formación en la estantería,… detalles que provocan una mirada insistente hacia el foco del desbarajuste y que impiden la concentración sobre el folio que iba llenándose de palabras. Justamente eso es lo que ocurre con la actualidad. Hay días en que se cuela a mi lado y me mete el dedo en el ojo de modo que entonces comprendo lo que Fito proclama en una de sus canciones: no siempre lo urgente es lo importante. Esta es una de esas mañanas en que a mi presión arterial, a mi hígado y hasta a mi conciencia les compensa mucho más escupir la bilis que avanzar en un capítulo.

Lo estoy viendo en la confortable tranquilidad de su casa, o de su oficina. Notando cómo el sudor enervado iba calando bajo las mangas cortas de su camisa de marca, enfriándose al contacto con el aire de sus brazos alzados sobre el teclado. Clac, clac. Tecleando letra tras letra, palabra a palabra. “Catalanes de mierda”, escribió el colega. Tan seguro de lo imprescindible de su cargo como Director Adjunto del Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España -ahí es nada; imaginen ahora la cantidad de subdirectores, secretarios, subsecretarios y allegados varios que poblarán el cortijo- que no reparó en que en España no se puede ser ni sincero ni mucho menos valiente. Intro. O Enter, o al carajo, qué se yo. La cosa es que el exabrupto tuitero ahí quedó, como un cebo calentito y sangriento esperando a que la legión de alimañas que pueblan el mundo de la corrección política acudieran ansiosas a morderlo, felicitándose por haber descubierto a alguien más -la lista es interminable- cuya publicitada mediocridad había logrado hacer pasar inadvertida la suya propia.
Lo que vino a continuación ya lo saben. Ojos en blanco, golpes de pecho y victimismo oportunista. Carpetazo al asunto, cese del susodicho -no se preocupen, será por directores adjuntos del Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España…- y aquí paz y después nacionalismo. Ni una palabra, ni un comentario, ni un solo posicionamiento cabal y sereno de nuestros gobernantes para cuestionar a quienes aprovechan cada ocasión para faltar al respeto y burlarse de símbolos que representan a millones de personas, catalanes incluidos. Ni una advertencia destinada a aquellos que sistemáticamente alteran el orden público y provocan la indignación del resto de participantes, contribuyendo a que el odio y la brecha vayan aumentando día tras día sin razón lógica alguna. En esta ocasión, incluso los deportistas, tan habitualmente tibios y equidistantes ellos, han manifestado públicamente su monumental cabreo por la pitada al Himno Nacional. Y eso ya significa algo. Significa que cada vez más gente se está dando cuenta de que los pueblos son lo que son porque poseen identidad, no por querer aplastar la de los demás. Significa que tal vez en algún rinconcito de un despacho enmoquetado alguien se está planteando así, por lo bajini y disimuladamente, no volver a celebrar ningún otro evento nacional en esa comunidad autónoma. No ofrendarles más los puestos de trabajo que proporciona la organización de los actos, ni la pasta que los turistas y visitantes se dejan para acudir a un lugar donde se sienten despreciados por una panda de mentecatos que han hecho de la queja, del lloriqueo, de la acusación infundada y de la invención de un conflicto sus principales señas de identidad. Y todo con la connivencia de insoportables palmeros como la tal Carme Chacón, que ahora va exigiendo disculpas por Twitter en nombre de la “plural sociedad catalana”. La pitada no la critica, y tampoco se las exigió en su día al inefable Rubianes cuando lo de “Puta España” en pos, precisamente, de esa misma pluralidad que argumenta. Claro que así le va. Pero ya empiezo a desvariar. Esperar sabiduría e imparcialidad de quienes viven justo de lo contrario me hace recordar que ya es hora de volver a refugiarme en mi novela.

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